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Cuando hice mi Primera Comunión, mis papás me regalaron un Nuevo Testamento nuevecito. Recuerdo que me sentí muy importante y muy grande porque, por primera vez, tenía un Nuevo Testamento sin dibujitos para niños. Recuerdo claramente que me fui a la sala de mi casa y me senté a leer. Abrí mi Nuevo Testamento así nada más y leí el relato en el que Juan el Bautista anuncia a Jesús, el Cordero de Dios. Una frase se quedó conmigo al punto que, cuarenta años después, sigue siendo la primera cosa en la que pienso cada vez que escucho hablar del primo de Jesús: “Viene [alguien] detrás de mí. Yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia” (Juan 1, 27).
El 24 de junio, la Iglesia católica celebra la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista y, obviamente, lo primero que viene a mi mente es ese versículo del Evangelio de Juan. Hoy, le pido a Dios que tengamos el valor de Juan el Bautista para anunciar la venida de Jesucristo, la humildad que demostró cuando reconoció que no era digno ni de desatarle las sandalias, y la fidelidad de testificar su Buena Nueva hasta nuestro último aliento.
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