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Durante todos los años de nuestro matrimonio, mi marido y yo hemos tenido un cartel de cartón que dice: “Que la paz de Dios esté en esta casa” sobre la puerta de nuestra cocina. Siempre que lo veo, añado a esta sencilla oración “y en nuestros corazones y en nuestro mundo”.
Hay una necesidad muy real de paz en nuestros corazones, hogares y mundo. El número de personas que luchan contra las enfermedades mentales ha aumentado drásticamente desde el comienzo de la pandemia. La presión de la creciente inflación sobre los ya escasos recursos de las familias provoca un estrés matrimonial y familiar añadido. El actual ataque a Ucrania y las muchas otras circunstancias de opresión, injusticia y violencia en nuestro mundo nos llevan a clamar por la paz en nuestro tiempo.
Sin embargo, en el Evangelio del domingo, Jesús dice que no ha venido a traer la paz, sino la división. Veo algunas de esas divisiones en las redes sociales cuando mi marido y yo decidimos “ocultar” o “cancelar la amistad” de algunos miembros de la familia por sus publicaciones llenas de odio y división. Esto me recuerda que Jesús era popular sólo en algunos círculos. En otros círculos, se le temía y, finalmente, se le impuso el peor tipo de castigo para un criminal: ¡la muerte en una cruz!
Mientras rezamos y trabajamos por la paz, defendamos con firmeza lo que es correcto, justo y verdadero. Esas cualidades se encuentran en Jesucristo. Que nosotros, sus seguidores, le imitemos fielmente en pensamiento, palabra y obra.
Imagen: anna.spoka/Shutterstock.com