La primera lectura de este domingo nos habla sobre el Rey Saúl y sobre la persecución que emprendió para acabar con la vida de su peor enemigo: David. David entró en medio de la noche al campamento en donde el Rey Saúl dormía profundamente y tuvo la oportunidad de matarlo, pero no lo hizo. David perdonó la vida al hombre que intentaba acabar con la suya, pues confiaba en la promesa que Dios le hizo: “Tú heredarás el trono de Israel”.
No es fácil hablar de perdón, sobre todo cuando la persona que nos ha ofendido es alguien muy cercano a quien amamos, alguien de nuestra familia. Es más sencillo perdonar a alguien a quien apenas conocemos. El Papa Francisco dijo en su Audiencia General del 4 de noviembre del 2015 que “No se puede vivir sin perdonarse…especialmente en la familia”. Y luego agrega: “la familia es un gran gimnasio de entrenamiento en el don y en el perdón recíproco sin el cual ningún amor puede ser duradero”. El perdón no es simplemente algo que hago por el bien de la otra persona, es algo que me libera y me ayuda a estar en paz.
La familia perfecta no existe. El amor de Dios debe ser el modelo de nuestro amor, así como su perdón debe ser el modelo y el fundamento de nuestro perdón. Si perdonamos en nuestras familias, damos testimonio de un Dios que perdona, de un Dios misericordioso.
Pidamos a Dios que podamos ser capaces de amar como él nos ama y de perdonar como él nos perdona, especialmente a los miembros de nuestra familia. Amén.
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