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Los judíos relacionaban el espíritu mismo de su fe con el Templo, con sus patios internos llenos de incienso y devoción, y sus patios externos donde las personas se reunían y hablaban. Celebraban sus días santos en el Templo; era el centro de su comunidad de fe. Pero el análisis que hizo Jesús de su época y que leemos en el Evangelio de este domingo resultó ser correcto. La rebelión de los judíos en contra de la ocupación romana, que comenzó en el año 66 d. C., terminó con la destrucción del Templo por el ejército romano en el año 70. Cuando Jesús predice a sus discípulos la destrucción del Templo que relata el Evangelio de este domingo, ellos se sorprendieron. Jesús asusta y al mismo tiempo conforta a sus oyentes en el pasado y a nosotros. Explica que las guerras, los desastres y las persecuciones continuarán. Nos asegura que podemos sobrellevar estos y otros problemas. Promete darnos palabras para que nadie nos desprecie. Nos promete que siempre estará con nosotros.
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