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“¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra?’’ –Lucas 12, 51
Muchos de nosotros somos fanáticos de Jesús el pacifista. Hace una generación, todos los católicos que conozco solían tener una placa de plástico en la pared que decía: “Paz para todos los que entran aquí’’. De hecho, preferiríamos que nuestros huéspedes experimenten la paz en nuestros hogares. Nos gusta imaginar nuestro espacio personal como un santuario de tranquilidad.
Sin embargo, cuando Jesús fue llevado al templo, cuando era un bebé, el hombre santo, Simeón, advirtió que sería un signo de contradicción. No se pronosticó que Jesús sería un constructor de puentes, sino un agitador que trazaría líneas en la arena que sería doloroso para algunos cruzar. Aquellos que abrazaron el camino de Jesús encontrarían esas líneas dibujadas en sus propios hogares. Ese Jesús pacifista no era evidente en su propia generación. Dondequiera que iba, algunas personas lo querían, otras, lo querían muerto.
Si alguna vez has perdido a un amigo por su fe, si ha sido despedido o rechazado o abandonado en su nombre, eso es parte del territorio. La paz se acerca, pero tal vez no hoy.
¿Cómo puedes responder a la llamada para ser un pacificador, pero aceptar que la serenidad personal puede no ser parte del paquete?
Debido a que El Evangelio en el hogar hace una pausa durante los meses del Verano, tomaremos nuestras reflexiones semanales de Para meditar las lecturas dominicales.
Imagen: Good News Productions International and College Press Publishing