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Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban. –Lucas 15, 1–2
Pídele a una persona que asiste a la iglesia que te cuente una parábola, y lo más probable es que se le ocurra la historia del hijo pródigo. Es famosa porque nos sorprende en todos los sentidos: el hijo menor, notablemente tonto; el hijo mayor, profundamente despreciado; y el padre, asombrosamente amoroso. La escena está llena de personajes tan cautivadores que dejamos de ver a los demás en la imagen. Pero en realidad, algunos otros personajes muy significativos están alrededor de Jesús mientras cuenta esta historia.
Primero, están los indeseables, los recaudadores de impuestos y los pecadores, que se encuentran absortos en las muchas historias que Jesús cuenta sobre el deseo de Dios de recibirnos en casa cuándo fallamos. Sin embargo, también hay presuntos justos en la multitud, los fariseos y los escribas. Ellos no “escuchan’’, se quejan y oponen. Los que se oponen a la compasión de Dios por aquellos que la necesitan, pueden sorprenderse al descubrir que la misericordia divina tiene límites.
¿Quién es el más difícil de perdonar? ¿Alguien es “imperdonable’’?
OREMOS… Dios de majestad y gloria, nos inclinamos y confesamos nuestra pequeñez ante ti. La humildad puede sentirse incómoda, pero es un ajuste preciso para nuestro lugar en tu creación. Guíanos en una vida de alabanza que, poco a poco, convierte la virtud de la humildad en un ejercicio gozoso de la verdad. A través de Cristo nuestro Señor. Amén.
Debido a que El Evangelio en el hogar hace una pausa durante los meses del verano, tomaremos nuestras reflexiones semanales de Para meditar las lecturas dominicales.
Traducción: Antonio Andraus Burgos
Imagen: Distant Shores Media/Sweet Publishing [CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons