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Juan 20, 19–23 o Juan 15, 26–27; 16, 12–15
“Cuando venga el Consolador, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí”.
La imagen del monje con diez dedos ardientes me llena de deseo de contar con una fe más auténtica. Pero también es intimidante. Vivir ese tipo de pasión significa renunciar a la vida modesta pero satisfactoria que he llevado hasta aquí. Es mucho menos exigente ser el tipo de cristiano que va a la iglesia, hace contribuciones caritativas, reza por la paz y luego regresa al mundo real para hacer sus tareas y ver Netflix. Fui criado para ser un ciudadano respetuoso de la ley y un buen católico, pero no un héroe o un santo.
Diez dedos encendidos es lo que Frances Cabrini tenía cuando hacía peligrosos viajes oceánicos para catequizar a italianos indoamericanos confinados a barrios marginales urbanos y minas de carbón rurales. “Las manos en fuego’’, describe a Francis Xavier Seelos, quien permaneció en Nueva Orleans para atender a las víctimas de la fiebre amarilla mucho después de que la mayoría de los ciudadanos abandonaron la ciudad. Katharine Drexel era una llama humana cuando insistía en que las vidas negras son importantes, y que las vidas de los nativos americanos son importantes, en una nación a pocos pasos de la Guerra Civil y el Camino de las Lágrimas. ¿Quién abrazará la vocación del fuego en esta generación?
La defensa del cristiano lo suficientemente bueno se desmorona cada Pentecostés. ¿Qué vas a hacer para incendiar el mundo con la verdad?
Debido a que El Evangelio en el hogar hace una pausa durante los meses del Verano, tomaremos nuestras reflexiones semanales de Para meditar las lecturas dominicales.
Imagen: M.MIGLIORATO/CPP/CIRIC
